Gracias al hielo

Acuerdo entre países para cuidar la Antártica. El regreso de
la fauna y el color de los glaciares.

– Bárbara Hernández Huerta –

Para mis 80 años pedí un solo deseo: volver al glaciar. Era muy joven cuando me gané el apodo de “sirena de hielo” por nadar en cuatro de los glaciares que tiene Chile. Era mi sueño pero también una decisión política para dar visibilidad y pedir medidas para la protección del medio ambiente. Recuerdo lo triste que era llegar a la orilla y encontrar rocas donde debía haber hielo. Dediqué toda mi juventud y la vida adulta a luchar por los océanos. Por eso ahora pedí volver.

Al principio me dijeron que sí porque pensaron que hablaba de volver en barco solamente. Pero yo quería sumergirme una vez más en el agua. “¿A esta edad? ¿Te parece?”, me dijeron. ¡Claro que sí! Tenía claro el deseo así que acepté hacerme estudios médicos para mostrar que estaba en condiciones. Una sirena es una sirena para siempre: me encontraron en condiciones perfectas y hacia allá vamos. 

El glaciar elegido es el San Rafael. Llegamos navegando en un zodiac eléctrico. Se parece a las lanchas de goma que usaba antes, pero tiene menos impacto ambiental al no necesitar combustible. Además hace menos ruido, las focas leopardo se sorprenden al descubrirnos cuando ya estamos bastante cerca. Yo también me sorprendo porque al fin son muchas. Una familia inmensa, una verdadera colonia.

Me emociono hasta las lágrimas porque recuerdo bien cuando eran once y las teníamos monitoreadas. Las crías no sobrevivían porque el calentamiento hacía que los desprendimientos de hielo fueran constantes, las madres no conseguían resguardarlas el tiempo suficiente hasta que pudieran cuidarse solas. Se me llenan los ojos de lágrimas al ver que hoy son tantas y viven más tranquilas: se ha prohibido que helicópteros puedan sobrevolar la zona, lo que también causaba desprendimientos. Fue una buena decisión sumar a la población de las comunidades originarias como guías cuando se reguló el turismo, ellos insistieron en tratar este problema. 

Mi forma de nadar está muy conectada con la naturaleza y con la cultura de esos mismos pueblos originarios. Por ejemplo, eran las mujeres las que mariscaban. Yo, como ellas, no uso trajes especiales ni nada que pueda contaminar. ¡Jamás lo hice! Me acompaña un equipo como en cada inmersión desde 2014. Buscamos el lugar ideal, estamos todos en silencio porque el glaciar es imponente. Me quedo observando las tonalidades, las grietas, cuando el agua está brumosa y no puedo distinguir, la oscuridad del azul. Veo mucha naturaleza. Me reencuentro con las golondrinas que pocas veces se dejan ver y tienen el plumaje azul como el hielo.

Tengo un pequeño ritual antes de entrar en el agua desde joven: le pido permiso al glaciar. Me mojo el cuerpo antes de entrar al agua y uso en la muñeca una pulsera que era de mi abuelita. La veo sumergida cuando meto la mano en el agua. Abro y cierro los dedos para acostumbrarme al frío y esperar la sensación de que ya está, es el momento. El permiso que estaba pidiendo. Esta vez, casi que ha sido un llamado: creerán que estoy loca pero juro que el glaciar me pidió que volviera. Solía pasarme cuando era joven, he llegado a soñar con los glaciares cuando pasaba varios meses sin nadar en ellos. 

No importa la experiencia que tenga, el momento de dejar al bote siempre es de temor, nervios y adrenalina. Lo supero porque sé que estoy respondiendo a ese llamado y a mi deseo: quiero más que nada en el mundo volver a sentir este frío en la piel y el fuego de antes en el corazón. No salpico, el agua me recibe como si me estuviera esperando. Avanzo despacio, respirando, acostumbrándome a la hipotermia, dejando que el frío me dé esa perspectiva distinta que siempre me ha dado. Vuelvo a sentirme chiquita ante la inmensidad, recupero la dimensión del presente. Estoy acá y ahora, nadando en el glaciar, a mis 80 años. 

Me sacan del agua y me abrigan inmediatamente. Lo primero es cambiarme por ropa seca, ponerme gorro, una chaqueta caliente y el abrazo de mi marido, que siempre es lo más cálido de todo. Está emocionado por regresar a nuestras aventuras. Tiene una sorpresa para mí y es que mi regreso será completo: nos vamos de visita a la Antártida. 

Gracias al hielo de Barbara Hernández Huerta

Tomamos unos días de descanso antes de emprender el viaje, que siempre es complejo porque la navegación es bien difícil. Pero llego a la península y me sorprendo: las bases ahora son construcciones sustentables y hay una mejor gestión de la basura. El cambio es evidente. Hace años aquí he visto hielos verdes y rojos por el alza de las temperaturas y la activación de microorganismos. También había más lluvia que nieve, un problema para las crías de pingüinos cuyo plumaje no es impermeable a la lluvia y morían.

Hoy caminan en grupos, son tantos que no llego a contarlos y me animo a decir que se los ve más contentos. No hay buques explotando el krill que ahora solo es para el alimento de la vida marina y es reconocido como la base de todos los ecosistemas marinos. Se prioriza la conservación de la fauna porque las naciones entendieron que el océano Austral tiene impacto en los mares del planeta y de sus ecosistemas a nivel global. Desde acá salen los albatros, las golondrinas, las ballenas y las focas que recorren el mundo. 

Celebramos un nuevo aniversario de la firma del tratado de por la protección de los recursos vivos marinos, cuya firma debía ser de una aprobación absoluta para su implementación. Y así fue, todos los países al fin se pusieron de acuerdo luego de cientos de años de desacuerdos. Empieza a caer la nieve y sonrío desde la histórica Base Arturo Prat de la Armada de Chile donde gané dos de mis récord Guinness por nadar 2.5 kilómetros a tan solo 2°C. Hoy no nado. Me paro frente al hielo y observo. En silencio, solo para mí, le doy las gracias una vez más.

Bárbara Hernández Huerta

Psicóloga y Magister de la Universidad de Chile. Reconocida internacionalmente como «La Sirena del Hielo» y Champion del proyecto Antártica 2030, es una destacada nadadora extrema, especializada en aguas abiertas y natación en aguas gélidas. Posee 3 Guinness World Records y el año 2024 se convirtió en la primera chilena y persona sudamericana en completar el desafío Ocean’s 7. Ha recibido múltiples reconocimientos por su contribución al deporte y por crear consciencia respecto a la protección del Océano, Antártica y los glaciares y su capacidad para enfrentar desafíos extraordinarios.

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4 comentarios en “Gracias al hielo”

  1. Gracias Bárbara, por tu relato.
    A mis 80 años deseo ver como vos, nuestro planeta sano y la sabiduría de los terricolas que hicieron posible un acuerdo universal para parar con la depredación de nuestro único y bello hogar.

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