El gran despertar

Somos naturaleza consciente

– Christiana Figueres –

El gran despertar de Christiana Figueres

Mientras contemplo el amanecer desde mi ventana, observando cómo los primeros rayos de sol atraviesan las hojas del antiguo roble que ha sido testigo de generaciones, reflexiono sobre el extraordinario viaje que nos ha traído hasta aquí. Somos los descendientes directos de la chispa de la fotosíntesis, un proceso tan fundamental y a la vez tan milagroso que transformó por completo nuestro planeta. Cada célula de nuestro cuerpo cuenta esa historia, una historia que comenzó hace miles de millones de años y continúa desenvolviéndose a través de nosotros.

Me detengo a menudo a pensar en nuestros ancestros bacterianos, aquellos diminutos pioneros que, en su sabiduría primordial, aprendieron a capturar la luz del sol y transformarla en vida. Fue un proceso de una elegancia incomparable que estableció las bases para toda la diversidad que vendría después: las plantas que ahora danzan en el viento, las micorrizas que tejen redes invisibles bajo nuestros pies, los peces que trazan patrones plateados en los océanos, los insectos que orquestan las sinfonías del verano, las aves que pintan el cielo con sus vuelos y los mamíferos que comparten con nosotros el don de la consciencia.

Es casi inconcebible ahora pensar que alguna vez nos consideramos separados de la naturaleza, como si fuéramos algo distinto, algo “superior”. Las fotografías de aquella época muestran ciudades grises donde el cemento había reemplazado a la vida, donde los ríos corrían envenenados y el aire se había vuelto irrespirable. Los niños de hoy apenas pueden creer estas historias; para ellos son como cuentos de un mundo de pesadilla.

El gran despertar no fue fácil. La crisis climática nos golpeó con una fuerza que nadie esperaba, a pesar de todas las advertencias. Vi con mis propios ojos cómo las comunidades costeras que tanto amaba fueron engullidas por el mar ascendente, cómo los incendios forestales devoraron paisajes enteros, cómo las sequías transformaron tierras fértiles en desiertos. El dolor fue inmenso, la pérdida incalculable. Pero fue precisamente ese dolor el que nos despertó, el que nos hizo comprender que no éramos los amos del planeta, sino una parte más de su intrincada red de vida.

La transformación comenzó en pequeños grupos, comunidades que decidieron vivir de otra manera. Recuerdo la primera vez que visité una de estas comunidades pioneras. Me sorprendió la lentitud deliberada con la que se movían, la atención que prestaban a cada gesto, cada palabra, cada interacción. Al principio me pareció extraño, incluso frustrante. Estaba tan acostumbrada al ritmo frenético del viejo mundo que esta nueva forma de existir me resultaba casi dolorosa. Pero poco a poco, comencé a entender.

Aprendimos a escuchar de nuevo. No solo a otros humanos, sino a todas las voces que nos rodean. La inteligencia artificial, que tanto temíamos en un principio, se convirtió en nuestra aliada en este proceso de reconexión. Nos ayudó a descifrar los patrones de comunicación de otras especies, a comprender los mensajes codificados en el zumbido de las abejas, en el crecimiento de los hongos, en los gestos de las ballenas.

El cambio en el lenguaje fue quizás uno de los signos más visibles de nuestra transformación. Cuando dejamos de decir “yo soy” para empezar a decir “yo inter-soy”, no fue un simple cambio semántico. Fue el reconocimiento profundo de una verdad que siempre había estado ahí: que no existimos de manera aislada, que cada uno de nosotros es una expresión única de la vida que fluye a través de todo.

Recuerdo la primera vez que mi nieta usó naturalmente la expresión “yo inter-soy”. Estábamos en el jardín, observando cómo una mariposa se posaba sobre una flor. “Mira, abuela”, dijo, “yo inter-soy con la mariposa, y ella inter-es con la flor, y todos inter-somos con el jardín”. La simplicidad y profundidad de su comprensión me dejó sin palabras.

En las escuelas, el aprendizaje se transformó por completo. Los niños ya no aprenden solo de libros y pantallas, sino principalmente de la naturaleza misma. Pasan más tiempo en los bosques que en las aulas, aprendiendo los ritmos de las estaciones, las interconexiones entre las especies, la danza de la vida y de la muerte, ciclo que sostiene todos los ecosistemas.

El arte también cambió. Los artistas comenzaron a crear en colaboración con otras especies. Hoy hay músicos que componen sinfonías con el canto de los pájaros, bailarines que interpretan los movimientos de los árboles, poetas que escriben en lenguajes que combinan palabras humanas con expresiones de especies acuáticas.

La economía, que una vez se basó en la extracción y el crecimiento infinito, se transformó en un sistema de regeneración y reciprocidad. Las comunidades ya no miden su éxito en términos de PIB o ganancias financieras, sino en términos de biodiversidad, salud ecosistémica y bienestar colectivo. El concepto mismo de propiedad privada ha evolucionado hacia un entendimiento más fluido de la custodia compartida.

El tiempo mismo se experimenta de manera diferente. Ya no vivimos atrapados en el tiempo lineal del reloj, sino que nos movemos en múltiples temporalidades simultáneas. Aprendimos a percibir el tiempo geológico en las rocas, el tiempo evolutivo en nuestros genes, el tiempo cíclico en las estaciones, y el tiempo instantáneo en el aleteo de una libélula.

Caminar se ha convertido en una práctica sagrada. Cada paso es una oportunidad para sentir nuestra conexión con la Tierra, para honrar a nuestros ancestros que caminaron antes que nosotros, para imaginar los pasos de las generaciones futuras. Cuando caminamos, no solo movemos nuestro cuerpo; tejemos tiempo y espacio, memoria y posibilidad.

La soledad, esa plaga del antiguo mundo, prácticamente ha desaparecido. ¿Cómo podríamos sentirnos solos cuando somos conscientes de los millones de seres que comparten nuestra existencia? Cada respiración nos conecta con las plantas que producen nuestro oxígeno, cada bocado nos une a las innumerables formas de vida que hacen posible nuestro alimento.

La medicina también se transformó. La salud ya no se ve como un estado individual, sino como una expresión de la salud del ecosistema completo. Los sanadores trabajan con plantas medicinales, con la sabiduría ancestral, con la energía vital que fluye a través de todos los seres vivos. Las enfermedades se entienden como desequilibrios en la red de relaciones, y la curación implica restaurar la armonía en múltiples niveles.

Mirando hacia atrás, es difícil creer que alguna vez vivimos de otra manera. La transición fue dolorosa, sí, pero necesaria. Como el capullo que debe romperse para que emerja la mariposa, nuestra civilización tuvo que atravesar una profunda crisis para renacer en una forma más consciente y armoniosa.

Ahora, mientras observo a mis nietos jugar en el jardín, comunicándose sin esfuerzo con las plantas y los animales, viviendo naturalmente la sabiduría que a nosotros nos costó tanto recuperar, siento una profunda gratitud. Gratitud por todos los que mantuvieron viva la esperanza durante los tiempos oscuros, por todos los que se atrevieron a imaginar y crear una forma diferente de vivir y de compartir.

Somos naturaleza tomando conciencia de sí misma. Somos los custodios de una red sagrada de vida que se extiende mucho más allá de lo que podemos ver o comprender. Y en esta comprensión hemos encontrado no solo nuestra salvación, sino también nuestra alegría más profunda.

Al anochecer, cuando el sol se pone y las primeras estrellas comienzan a brillar, me uno a mi comunidad en nuestra danza diaria de gratitud. Nuestros movimientos se sincronizan con el ritmo de la Tierra, nuestras voces se mezclan con los sonidos del crepúsculo. En estos momentos, siento con total claridad que hemos encontrado nuestro camino de regreso a casa. No a un lugar físico, sino a un estado de ser: viviendo como parte de la naturaleza, en parentesco con toda la vida.

Christiana Figueres

Nació en Costa Rica y es cofundadora de Global Optimism y host del podcast Outrage + Optimism. Autora del libro “El futuro que elegimos”. Fue Secretaria Ejecutiva de la Convención Marco de Naciones Unidas sobre el Cambio Climático. Es antropóloga y economista. Integró el gobierno de Costa Rica en distintas posiciones. Recibió el Premio Héroe del Planeta de la National Geographic (2001). Fue nombrada como una de las “100 personas más influyentes del mundo” por la Revista Time (2016).

📩 ¿Querés recibir 1 relato por semana? Suscribite 👉

Este relato es parte del Proyecto “Un buen día”, conocé más aquí.

6 comentarios en “El gran despertar”

  1. Christiana, gracias.
    Tu voz, (vos) es “capturar la luz del sol y transformarla en vida”
    Ojalá pronto llegue ese mundo de plenitud, respeto y comunión con la naturaleza.
    Con el esfuerzo y deseo infinito de persona como vos, y de tantas otras (cada vez más) no dudo que pronto la descripción de ese mundo ideal sera realidad. Hasta entonces me reconforta la belleza de cada amanecer.
    Ese texto es una invitación al despertar y planear un cambio de conciencia. Gracias.

  2. “El gran despertar no fue fácil. La crisis climática nos golpeó con una fuerza que nadie esperaba, a pesar de todas las advertencias. Vi con mis propios ojos cómo las comunidades costeras que tanto amaba fueron engullidas por el mar ascendente, cómo los incendios forestales devoraron paisajes enteros, cómo las sequías transformaron tierras fértiles en desiertos. El dolor fue inmenso, la pérdida incalculable. Pero fue precisamente ese dolor el que nos despertó, el que nos hizo comprender que no éramos los amos del planeta, sino una parte más de su intrincada red de vida.”

    Me volo la cabeza =)

Dejá un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *