Crisis ambiental: cómo el abandono urbano profundiza la desigualdad

Argentina es un país con una desigualdad muy marcada. Según la Encuesta Permanente de Hogares (EPH), que publica el Instituto Nacional de Estadística y Censos (Indec), en el cuarto trimestre de 2024, el coeficiente de Gini –indicador global de distribución del ingreso, donde 0 representa igualdad absoluta y 1, desigualdad absoluta– del ingreso per cápita familiar se ubicó en 0,430. En ese artículo también se destaca que, en la mediana de ingreso familiar per cápita, los hogares más ricos (decil 10) percibieron ingresos 13 veces mayores que los del decil más bajo. Esto quiere decir que los más ricos son cada vez más ricos, y los pobres cada vez más pobres. Por Carolina Somoza.

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Brechas de género

Dentro de esta desigualdad encontramos las brechas de género que acompañan estas cifras. El informe del Indec también refleja desigualdades de género en los ingresos. Mientras que los hombres perceptores tuvieron un ingreso promedio de $821.496, el de las mujeres fue de $586.445. 

Es en este marco que situamos el cambio climático en Argentina, y a su consecuente crisis derivada de la falta de implementación oportuna de herramientas de prevención y mitigación.

Pocos días después de que el Servicio de Cambio Climático Copernicus (C3S) de la Unión Europea confirmara que 2024 superó el récord de 2023 y convirtiéndose en el año más cálido del registro global, Argentina se encontró nuevamente con uno de los años más cálidos registrados al momento.

El Servicio Meteorológico Nacional (SMN) alertó que la temperatura media del país superó el promedio de 1991-2020 por 0.54 °C. Esto posiciona al 2024 como el 2° año más cálido desde 1961, compartiendo puesto con 2017 y 2020. Como su contracara, la ola de frío más extensa desde 1992 tuvo lugar entre el 4 y el 14 de julio.

Crisis ambiental en barrios populares

Esto cobra especial relevancia en la urbanización incompleta o inexistente en villas y barrios populares en Argentina, ya que representa un desafío estructural que afecta directamente a la capacidad del país para enfrentar de manera eficaz el cambio climático.

Si bien estas comunidades no son responsables directas de una proporción significativa de las emisiones de gases de efecto invernadero (GEI), su exclusión del desarrollo urbano formal limita su capacidad de adaptación a los impactos del clima y obstaculiza los esfuerzos generales de mitigación.

En los barrios populares, muchas veces las casas son de chapa, las calles de tierra, y, al no estar previamente planificados, no hay plazas y parques de calidad que puedan servir de esponja en las cada vez más frecuentes, lluvias copiosas. Además hay falta de agua potable, falta de electricidad, falta de alcantarillado, falta de recolección de basura y podríamos seguir enumerando.

En los lugares donde se venía llevando adelante un proceso de re-urbanización, varias obras quedaron paralizadas por decisiones gubernamentales. Todos estos factores agravan la situación, al no estar incluidos, además, en estrategias urbanas más amplias. En este sentido, no participan de políticas de eficiencia energética, gestión de residuos ni transporte. 

Los días de mucha lluvia, una gran cantidad de gente se queda en sus casas (faltando al trabajo o a la escuela -y perdiendo, quizás, el sustento con el que comer ese día) por miedo a las inundaciones y a perder sus cosas. A esto se suma la falta de desagües de agua y de higiene en las calles, que provoca contaminación en las napas de agua y peligrosidad para todo aquel que quiera transitar la calle.

La crisis ambiental amenaza más a las mujeres

Al no estar integradas a sistemas de alerta temprana o planes de evacuación, las comunidades quedan más expuestas y sin herramientas de resiliencia climática. En este sentido, uno de los grandes desafíos es generar redes de contacto en los mismos barrios, donde vecinos y vecinas sepan que se viene un evento climático, y a dónde pueden acudir para estar seguros y seguras.

Los días de mucho calor o de mucho frío es insalubre y peligroso. Ante un golpe de calor, los hospitales y centros de primeros auxilios se encuentran fuera del barrio. Buscar agua potable implica, muchas veces, caminar varias cuadras a los rayos del sol cargados con bidones. Y quienes nos ocupamos de salvaguardar las vidas, la mayoría de las veces somos las mujeres. 

Las mujeres dependemos más de los bienes naturales y servicios básicos, pero tenemos menos acceso a ellos. En los barrios populares, las mujeres cargan con una responsabilidad desproporcionada cuando se trata de garantizar alimentos y agua. 

El caso de Las Madres de Ituzaingó

Según un informe de ONU Mujeres, el cambio climático y sus efectos “ponen en peligro la salud de las mujeres y las niñas, dado que restringen sus posibilidades de acceder a los servicios y a la atención médica, además de aumentar los riesgos relacionados con la salud infantil y maternal”. Las Madres de Ituzaingó son un caso icónico en este sentido. Desde el año 2002, vecinas y vecinos de barrio Ituzaingó Anexo comenzaron a notar cada vez más que había casos de cáncer en gente del barrio, que muchos lamentablemente terminaban en fallecimientos.

Desde ese momento que entre los vecinos comenzaron a unir los casos, se organizaron e investigaron descubriendo que la causa de las enfermedades cancerígenas en barrio Ituzaingó era las fumigaciones aéreas que se realizaban en campos de soja que estaban pegados a las casas de la gente. A partir de esto, 13 mujeres llevaron adelante un camino de lucha para poder frenar las fumigaciones y poder hacer justicia por los vecinos y vecinas afectados. 

Pero, como demuestran también las Madres de Ituzaingó, la mujer, por su rol cultural de cuidado de la familia, tiene un efecto multiplicador en la mitigación del cambio climático, en especial cuando está informada y capacitada. 

Yendo por este camino, encontramos varios procesos que, con sus más y sus menos, involucran a las vecinas y vecinos de estos barrios para poder hacerlos entornos más sustentables y sanos. Por ejemplo, encontramos los Procesos de Integración Social y Urbana (PISU) donde se desarrollan mesas de trabajo y allí participan organizaciones sociales, vecinales, ONGs, vecinos y autoridades gubernamentales.

Cabe destacar que en la mayor parte de estas experiencias se pone en relieve la participación de las mujeres que, preocupadas por sus familias y su comunidad, ponen sus ideas y sus sueños en estas mesas.

En conclusión, la falta de urbanización en villas y barrios populares agrava la vulnerabilidad frente al cambio climático, limita la capacidad de mitigación y adaptación del país, y perpetúa la injusticia ambiental. Incluir a estos sectores en la planificación urbana y climática no solo es una cuestión de derechos humanos y equidad, sino una estrategia clave para la acción climática efectiva.

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