Tradición y futuro en la montaña
Turismo responsable y el regreso de la nieve
– Lidia Huayllas –

No importa cuánto cambie el mundo, la montaña siempre me llama, siempre va a ser el lugar en el que quiero estar. La veo por la ventana desde mi casa mientras pongo mi desayuno muy temprano a la mañana. Antes tenía una cocina a gas, pero hace tiempo que se instalaron paneles solares y ahora cocino con la energía del sol.
Pude armar una pequeña huerta en casa, igual que la mayoría de los vecinos. El resto lo compro en el mercado. Eso no ha cambiado porque aquí nunca hubo supermercados: en cada barrio los productores traen a vender sus verduras, también conservas. Nos conviene comprar ahí porque es más económico y a ellos también vender porque es comercio justo. Sabemos que todo es fresco y que se produce cuidando la naturaleza, aprovechando el agua de riego y sin químicos que puedan hacernos mal. Compro zanahoria, nabos, zapallo, todo lo que necesito para cocinar una sopa.
Los días que voy al Huayna Potosí me despierto a las 6 de la mañana y ya me empiezo a alistar. Armo eso que muchos llaman mochila pero que aquí en Bolivia será siempre un aguayo donde pongo todo lo necesario. Yo empecé como cocinera de alta montaña, así que llegaba cargada con todos los víveres para poder cocinar en los refugios. Ahora voy un poco más liviana, pero tampoco tanto. Desde mi casa en la ciudad tomo un bus eléctrico para llegar al pie de la montaña. Antes circulaban minibuses que funcionaban con gasolina, pero cambiaron para evitar la combustión y la diferencia se nota. Lo primero es que es más silencioso, en vez de escuchar el motor se oye el viento, que sopla mucho más suave en la base que en la cima.
La otra gran diferencia es la nieve, siempre más intensa a partir de mayo. En una época solo se veía a partir de los 5 mil metros de altura. La primera parte del recorrido se había vuelto de roca por el calentamiento global. Fue hermoso ir viéndola volver a donde estaba cuando yo era niña, más compacta cubriendo el terreno. Con qué gusto nos abrigamos. Yo me pongo una manta arriba de mi chompa aunque es bien abrigada, hecha en alpaca o lana de llama. Las compro a las artesanas que la tejen a mano. Es un abrigo muy accesible y calentito, hecho con mucho amor en el “club de madres”, que son comunidades organizadas hace tiempo para aprender la técnica en cursos y mantener esta forma de confección. Uso también un centro debajo de mi pollera, que me abriga las piernas y le da volumen a mi ropa tradicional. Usamos lo mismo hace generaciones.
Mi abuela era de pollera, mi madre era de pollera. Yo tengo dos hijas y la mayor viste como yo. La menor es de vestidos y pantalones, pero igual trenza su pelo como le enseñé desde chiquita. A mí me gusta hacerme dos trenzas, ella prefiere una sola, pero siempre tiene el cabello trenzado. Ella con su ropa y yo con la mía, compartimos el amor por el Huayna Potosí.

Me gusta enseñar ese amor y también respeto. Los turistas que suben conmigo lo saben bien. Fue un trabajo en etapas: primero trabajamos el manejo de la basura, creamos conciencia de que cada cosa que subía con ellos debía volver con ellos, que no podían quedar envases en la montaña. Llevó mucho tiempo crear esa conciencia, igual se veían muchos elementos, especialmente plástico. Por eso fue tan importante cuando se limitó su uso y empezaron a usarse otro tipo de contenedores más respetuosos del ambiente y biodegradables. En algún momento se prohibió el uso de plástico en la montaña y luego ya no hizo falta, porque habían sido reemplazados y tampoco se usaban casi en la ciudad.
La decisión de limitar la cantidad de escaladores costó mucho, hubo polémica. Pero se entendió que lo más importante era preservar la montaña para las nuevas generaciones. Las expediciones son de dos o tres días, así que siempre hay al menos una noche en la montaña en el primer refugio, a 5200 metros de altura. Ahí sí se madruga en serio. A las 11 de la noche desayunamos y a la medianoche ya salimos. De día se ve todo blanco y el cielo más azul. De noche se ven las estrellas que nos iluminan el camino, el aire corre muy frío. Realmente es como estar en el paraíso. La cima de la montaña está pasando los 6 mil metros sobre el nivel del mar. Aunque la calidad del aire en la ciudad mejoró mucho con menos contaminación, el aire arriba sigue siendo más puro. Me lleno los pulmones, respiro profundo y capto todo el aroma de la montaña a través de su viento siempre frío. Los problemas de la ciudad se quedan abajo, se siente una paz bien enorme, una paz muy intensa.

Lidia Huayllas
Nació en El Alto, Bolivia. Comenzó como cocinera de montaña en el campamento del Huayna Potosí. Pasados los 50 años decidió llegar hasta la cima y lo hizo con su vestimenta tradicional aymara. Fundó junto a otras mujeres el grupo “Cholitas escaladoras”, recorrieron nuevas montañas y se transformaron en guías ellas mismas.
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