Tejer una familia
Trabajo cooperativo, contacto con la naturaleza y los vínculos en primer lugar
– Gabriela Cabrera –

Está amaneciendo. Me despierta el reflejo del sol que ingresa por la ventana, se oye el trinar de los pájaros de la arboleda de la placita de mi pueblo. Tengo la dicha de vivir enfrente a ella.
Miro la hora, ya hay que levantarse para desayunar e ir a trabajar. Salgo de casa y espero a Inés, mi compañera de trabajo, en la esquina de la plaza. Nos vamos caminando y en el trayecto se agrega Mónica. Disfrutamos mucho ir caminando juntas a nuestro trabajo, el trayecto al taller de nuestra Cooperativa es de pocas cuadras. Vivimos en la localidad de Egaña, departamento de Soriano en la República Oriental del Uruguay. Nuestro pueblito está en el medio rural, somos 850 habitantes. ¡Aquí nos conocemos todos! Es una vida muy apacible, los vecinos son muy solidarios entre sí, las casas tienen huerta y jardín, y desde hace un tiempo cada una tiene un panel solar para abastecerse de energía.
En el camino nos encontramos con alguna vecina que lleva a los niños a la escuela y nos saludamos. Nosotras llegamos al taller y comenzamos a trabajar. A las 10 ya está convocada una reunión para planificar el próximo pedido de trabajo porque es grande y llevará algunos meses: son muchas prendas que debemos tejer a mano. Tenemos que comprar la materia prima que es lana de oveja, lavarla, hilarla y comenzar a tejer. Hay que coordinar todas las etapas del proceso productivo entre todas las integrantes del grupo con la finalidad de cumplir el objetivo: tener en fecha la cantidad requerida, en óptimas condiciones de calidad para la fecha acordada con el cliente. Luego de dos horas, programamos y coordinamos entre todas el trabajo. Ser una cooperativa nos permite tener en cuenta cada parte del proceso, escucharnos y tener clara nuestra capacidad. También defender el valor de nuestro trabajo.
Llega el mediodía y compartimos el almuerzo, que también es cooperativo: cada una trajo algo casero para compartir. Con Inés, Mónica y Mariela hacemos una ensalada con verduras de nuestras huertas, Pamela horneó papas y boniatos que son un verdadero manjar, Carolina trajo un pan casero, Micaela hizo un rico jugo de naranjas y Mercedes trajo el postre, duraznos en almíbar. Disfrutamos la comida y volvemos a trabajar hasta las 17.
No vuelvo a casa sino que camino hasta la de mi hijo a buscar a mis nietos porque les prometí llevarlos al baby fútbol. Victoria y Juan Pedro me reciben con mucho entusiasmo. Hay besos, abrazos y vamos charlando hasta la canchita. Me gusta verlos divertirse tanto con sus amigos. Para ellos no hay competencia sino hay aprendizaje. Se integran las familias y vecinos de la comunidad. Todos disfrutamos un lindo momento compartido entre charlas y risas. Llega la tardecita y llevo a mis nietos de regreso con sus padres.
Pocas cuadras después veo que viene por la calle un grupo de personas que está repartiendo listas para las elecciones municipales. Tomo la que gentilmente me entrega Pablo. Es el candidato local y le gusta dialogar con los vecinos así que me pide opinión sobre su actual gestión, quiere saber si tengo alguna sugerencia en caso de que gane otra vez las elecciones. Le digo que estamos felices por la gestión que se realiza sobre los residuos. Hemos tomado conciencia, la comunidad y el municipio. Le planteo que es necesario mejorar la caminería rural y las calles del pueblo ya que la mayoría nos desplazamos en bici o caminando.

También le digo que es necesario colocar más mesas y bancos en La Aguada, el arroyito que pasa por el fondo del poblado. Es un lugar de esparcimiento y relax para familias y amigos donde todos disfrutamos plenamente de la naturaleza, el sonido de la corriente de agua del arroyo, la arboleda, inclusive del olor de las flores silvestres que tienen algo especial. Los niños juegan, los jóvenes van a tomar mate, los abuelitos van a conversar y entretenerse, las familias se distienden y disfrutan. Es un punto de encuentro donde nos conectamos a la vez con la naturaleza. Pablo toma la sugerencia, incluso me propone que usemos el lugar para actividades recreativas y talleres. Quiere que yo enseñe a tejer a quienes tengan ganas de aprender.
Ya en casa abro las ventanas para que ingrese el aire fresco, me ducho y descanso un ratito, pero no mucho porque en un rato recibo a dos amigas para pasar un rato juntas. Hacemos una cita cada mes desde hace años, porque nos conocemos de toda la vida. Tenemos mucha afinidad, charlamos sobre cosas que nos gustan: a Diamela le gusta cocinar, a Mónica, las plantas y a mí, las manualidades. Tenemos el hábito de hacernos un regalo elaborado por nuestras propias manos. Estos encuentros lo consideramos un tiempo dedicado para nosotras fortaleciendo nuestra amistad de tantos años.
Así es la vida en nuestra comunidad, un lugar apacible y seguro, donde los vecinos nos ayudamos cuando la necesidad lo requiere. Siempre decimos: “es como si todos fuéramos familia”. Vivimos felices, tranquilos, disfrutando de la naturaleza y no lo cambiamos por nada.

Gabriela Cabrera
Nació en el Departamento de Soriano, en Uruguay. Aprendió a tejer en la escuela con su maestra Teresita. Ingresó como artesana en la Cooperativa Manos de Uruguay a sus 18 años. Hoy es vicepresidenta de la organización, fundada hace más de 50 años. Hoy la integran 150 artesanas de manera estable y tienen acuerdos de exportación con marcas de primera línea internacional.
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