Rax Kawilal, Salud Verde
Saberes ancestrales revalorizados y transmitidos a nuevas generaciones.
– Mónica Berger González (Ixkawoq) –

Esa mañana me levanté con el bullicio de las guacamayas y los monos araña. “Se despiertan con el sol y ya están peleando por los mangos más dulces”, pensé. Reí para mis adentros mientras disfrutaba la incesante cacofonía, ya que justo así es como debe sonar la selva Petenera en esta época del año en que Tz’ultaq’a’, nuestra Gran Madre, nos regala tantos de sus frutos. Justo así, rebosante de trinos, graznadas y los penetrantes chillidos de monos y zaraguates.
Repasé mentalmente mi ruta del día. Me propuse salir cuando el sol aún estuviera rojo y bajo en el horizonte, de forma que pudiera llegar a casa de Nana Ana antes que el día calentara demasiado. Tomé una taza de kakaw caliente y pensé que seguramente encontraría a Nana Ana haciendo tortillas de maíz amarillo, fresquitas y calientitas, en su comal de barro. Se me hizo agua la boca anticipando sus frijoles con samat, esa hierba cercana al cilantro que solo crece en estas tierras bajas subtropicales del norte de Guatemala. Me pregunté si le habría puesto a los frijoles el apazote que le traje del altiplano. Siempre traigo cosas para ella cuando viajo.
Llevamos ya más de 20 años intercambiando conocimientos sobre plantas medicinales y alimenticias. Ella comparte sus recetas de su linaje Q’eqchi’ y yo le comparto lo que he ido aprendiendo de la herbolaria Kaqchikel y de otras regiones de Guatemala y el mundo.
Apresuré el paso hasta ver su casita de tablas de madera y techo de manaque, con una columna de humo que se elevaba sinuosamente desde la chimenea de su cocina hacia el cielo. “Sakarik Naaaaan”, canté desde la entrada para anunciar mi llegada a la casa familiar. “Pasá, pasá”, me contestó. Al cruzar el umbral de su puerta me detuve unos segundos ante su altar ancestral para inclinar mi cabeza en agradecimiento y reverencia. Posé mi mirada sobre las grandes estalactitas y estalagmitas colocadas sobre el suelo, adornadas con flores y frutos de todos colores que ella cultiva en su jardín.
Cuando la conocí, ella era de las que guardaba sus lágrimas entre los pliegues de su delantal mientras veía al bosque desapareciendo. Los Ajq’ijab’, guías espirituales Mayas, contadores del tiempo, como lo es ella, eran a menudo perseguidos por su afán de proteger la selva. Junto a los médicos herbalistas o Ajilonel, habían sido siempre los guardianes del equilibrio entre la salud de las comunidades y la salud del entorno. Ellos supieron primero que la gran farmacopea dada por la selva estaba desapareciendo aceleradamente, y con ella, la resiliencia de las familias a su alrededor.
Ahora que me fijo, se cumple jun winaq, una veintena sagrada, desde aquellas épocas en las que vimos a tantos hermanos sufrir cuando no se encontraban a tiempo las plantas para curarlos.
Ahora, los ojos de Nana Ana respiran paz. A sus casi 80 años su descendencia ha vuelto a jugar bajo la sombra de las ceibas, de los aguacates y los palos de copal pom que dan el incienso perfumado para ofrendar al Creador. Ahora abundan las matas de guano y los palos de tz’ite’, que en esta región producen las semillas rojas y negras, consideradas sagradas y que las sabias abuelas usan para llevar el conteo matemático de los ciclos del tiempo. Su trabajo, el de sus hijos y su comunidad, como el de tantas otras que se unieron hace 20 años, ha dado fruto.
Ni bien llegué a su cocina me ofreció una silla y me sirvió sus frijoles en un cuenco natural hecho del palo de morro. Agradecimos juntas a los cuatro ángulos del mundo para que se energizaran los elementos en nuestra comida, fuego, tierra, agua y aire, y nos nutrieran por el resto del día, ya que ambas sabíamos que sería largo. Me avisó que tendríamos que agarrar el camino detrás del cerro para pasar al vivero comunitario para dejar semillas de Saq che’, palo blanco, que había colectado el día anterior. “Las quiero llevar para que les dé tiempo a los patojos de germinarlas para sembrar este invierno.

Están monitoreando las áreas reforestadas con esas cosas que vuelan alto y toman fotos. Está bueno que usen la tecnología, pero a mí me toca recordarles la tecnología espiritual ancestral de nuestro Pueblo”, me explica con un guiño mientras termina el té. Nana está enseñándole el camino espiritual del Ajq’ij a dos jóvenes y una señorita. Eso la hace feliz, ya que antes era muy difícil porque sólo pensaban en irse al Norte. Ahora las nuevas generaciones valoran lo mejor de los dos mundos.
De camino al vivero, Nana Ana siguió con sus instrucciones: “Vamos a pasar recogiendo Ixbut para la Jacinta, que dio a luz hace dos días y sigue sin bajarle la leche. Necesitamos traer chichipín para curar los granos en la piel al hijo de Antonio, que saber a dónde se fue a meter otra vez, y tulux q’ehen para la gripe de Doña María, que dicen lleva más de tres días con una tos severa”. Recordé que hace solo unos días habíamos preparado tintura de tulux, una Verbenaceae expectorante, así que se lo recordé. “Cierto mija, la tintura dura más tiempo y así le podemos llevar suficiente para el tratamiento de la semana”.
Antes, Nana Ana tenía que llevar hierbas frescas cada día a sus pacientes porque los ingredientes activos en la mayoría solo duran 24 horas luego de cortadas. Eso le tomaba mucho tiempo de visitas, pero ahora habíamos creado pequeños laboratorios en las comunidades más grandes, donde Ajilonel y comadronas transforman las plantas en medicinas estables y seguras para sus comunidades. “Bueno, te traés además la flor de estrella para la muela podrida de Don Pancho y los encapsulados que hicimos la semana pasada con las plantas para la diabetes, que me llamó Toña que ya se le acabó su dosis para este mes”. Prosiguió a dictarme el resto de la lista para las visitas del día y yo quedé de nuevo encantada por poder seguir aprendiendo la riqueza de su gran sabiduría.
Nana Ana se volvió muy estricta desde que me pidió ayuda para dejar su legado escrito en varios libros. Debo siempre volver a leerle en voz alta todo lo que anoto para asegurarse que todas las oraciones e invocaciones para activar la corriente de vida en cada planta también queden incluidas.
Gracias a ella y otros abuelos se ha vuelto a dejar escrita la gran sabiduría médica del Pueblo Maya. Pero Nana Ana sabe que descansará pronto, que cruzará al otro lado del velo, como ella dice. “No vayás a extrañarme. Te voy a seguir acompañando en tus ceremonias y dándote consejo en tus sueños”, me dice cuando hablamos del tema. Cada temporada que paso aquí me llena el alma de Rax Kawilal, la corriente de vida verde-esmeralda que nutre nuestra existencia en armonía.

Mónica Berger González (Ixkawoq)
Se define como una mujer-puente entre la ciencia moderna occidental y la ciencia y sabiduría ancestral Maya. Madre de 4 seres maravillosos y apasionada por recuperar nuestra conexión con Madre Tierra. Dirige la Unidad de Antropología Médica en la Universidad del Valle de Guatemala, es investigadora asociada de la Swiss TPH en la U. de Basel, Suiza. Su más grande pasión es trabajar junto a los Abuelos y Abuelas de los Consejos Mayores por posicionar la Medicina Maya y Mesoamericana a escala global, misión que cumplen desde la Iniciativa Salud Verde, de la cual es fundadora.
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