Por María Luz Falivene Fernández.
El Gobierno de Argentina impulsa que las provincias de todo el país firmen el acuerdo de Mayo en el cual se les especifica y pide que deben explotar sus recursos naturales. Si bien Argentina no tiene una participación significativa en las emisiones globales de gases de efecto invernadero (GEIs), que rondaría en un 0,7 % del total mundial según lo reportado, cabe poner en la balanza si podemos afrontar un aumento de las emisiones y costos de mitigación por la explotación de Vaca Muerta u otros yacimientos, o el país debe apostar como modelo de producción de energía al mercado en auge y constante crecimiento de las energías renovables.
Dos cuestiones dan cuenta de la potencialidad de las energías renovables en el país. Primero en cuanto a la calidad de recursos renovables con un marcado desarrollo de la energía eólica seguida por la solar fotovoltaica. Segundo, porque los marcos legales ya las habilitan desde hace por lo menos diez años y, según la última modificación plasmada en la Ley 27.191, Argentina apunta a un 20% de energías renovables al 2025.
Pero por otra parte, en el año 2010 se descubrió la formación geológica denominada “Vaca Muerta”, que contiene recursos no convencionales de shale o roca de esquisto, la cual es una formación sedimentaria que contiene shale oil o petróleo y shale gas.
Este descubrimiento sitúa a Argentina en una posición privilegiada del shale técnicamente recuperable: número 4 del top 10 después de Rusia, Estados Unidos y China para el shale oil y número 2 para el shale gas después de China, según los datos del año 2013 de la International Energy Agency (IEA, por las siglas en inglés).
Este panorama arroja una cuota de incertidumbre importante a la hora de pensar cómo cumplir con los compromisos asumidos a nivel internacional, con el nivel de ambición y velocidad requeridos por el Acuerdo de París y con las propias regulaciones nacionales.
Teniendo en cuenta los esfuerzos que se están realizando para la implementación del Acuerdo de París, que marca la hoja de ruta orientada a mantener dicha temperatura en 2°C y a hacer todo lo posible para llegar al 1.5 °C, resulta fundamental reflexionar sobre el rol que tiene el sector energético. Principalmente entendiendo que representa dos tercios de las emisiones totales de gases de efecto invernadero y 80% de CO2, según la IEA.
Las palabras ambición y velocidad resonaron fuerte en los pasillos de las últimas negociaciones internacionales, si efectivamente lo que se quiere es alcanzar el objetivo establecido. Para que eso suceda, una de las acciones más importantes requiere dejar de quemar combustibles fósiles e invertir más en energías limpias.
Esto último no sería problemático, entendiendo que los costos de generación de energía solar fotovoltaica y eólica han caído en un 70 % y 25% respectivamente y el de las baterías para su almacenamiento un 40% desde 2010 (IEA, 2017).
Sin embargo, la desinversión en combustibles fósiles sí supone todo un desafío, sobre todo teniendo en cuenta que, en el 2017 las emisiones globales de CO2 relacionadas con la energía crecieron un 1,4%, luego de que permanecieran estables durante tres años.
Siguiendo esa línea, según el último inventario nacional, en Argentina el sector de la energía aporta en un 52,5% del total de las emisiones de GEIs y dicha matriz está dominada por combustibles fósiles en un 92% en base a los datos del año 2016.
Esta información adquiere aún más relevancia tomando en consideración lo que resalta el informe de este año de la Fundación Ambiente y Recursos Naturales -FARN-: dicha matriz recibió “en el año 2017, subsidios que implicaron un 5,6% del presupuesto nacional y un 3,1% para el 2018, con montos que representaron el 1,74% del Producto Bruto Interno (PBI) en el 2017 y el 1,26% para el 2018 con un descenso interanual del 27%”.
Continuar con inversiones en combustibles fósiles no convencionales podrían ocasionar que “a largo plazo (hasta el año 2050), las emisiones globales de gases de efecto invernadero aumentaran en alrededor de 0,8 % si el gas de esquisto estuviera disponible en todas partes, en comparación con un escenario donde el gas de esquisto sólo fuese explotado en los Estados Unidos”, según la publicación del año 2016 de la revista Climate Policy.
Lo anterior no sólo se traduciría en un incremento de las emisiones de GEIs sino también de los costos de las políticas adicionales para alcanzar el objetivo de 2 °C para la mayoría de los países. Para el nuestro, la explotación de la disponibilidad global de gas de esquisto conduciría a un aumento en los costos de mitigación del 9% y a un aumento en las emisiones de hasta 3%.
Organizaciones sociales del grupo “Ambiente, Clima y Energía” nucleadas en el C20, compartieron la inquietud sobre el giro que èsta ha tenido desde las energías renovables hacia el gas, proceso que habrá que seguir de cerca: “aunque el gas es el menos malo de los combustibles fósiles, estamos en desacuerdo en tomarlo como combustible de transición y menos como destino final”, comentó Enrique Maurtua Konstantinidis, director de Cambio Climático de FARN.
Por estas razones apostar a la descarbonización de la matriz energética argentina, en consonancia con lo mencionado por Fundación Vida Silvestre, “significa mucho más que el aspecto ambiental (fundamental por cierto), implica un fuerte impulso para las economías regionales, mejoras de los niveles de empleo calificado y una oportunidad para la industria nacional de abastecer el proceso de crecimiento”.