El elemento que antes que ningún otro nos permitió prosperar como especie, su influencia en nosotros y por extensión, en nuestro entorno, es literalmente incalculable. Por Justo Alejandro Gonzalez.

Si bien todos los eventos climáticos se potencian de cara al cambio climático, los incendios presentan una particularidad no muy difundida respecto a los otros eventos mencionados: en un alto porcentaje de los casos, conllevan una doble responsabilidad humana.
Hay una responsabilidad indirecta, ya que por un lado el cambio climático propicia las condiciones para que estos se produzcan con mayor frecuencia y agresividad, y por otro, una causa directa, dado que, según la FAO, el 90% de los incendios tienen causas humanas (sea intencional o por negligencia) y asciende a 97% en áreas de interfaz urbano-forestal. Al ser, entonces, doblemente responsables de los incendios forestales, es doblemente importante que hablemos de ellos.
¿Qué es un incendio forestal?
Empecemos por el principio, hay dos cosas que es importante tener en claro: por un lado, existe una amplia variedad de definiciones de “incendio forestal” (incluso hay papers que discuten específicamente la definición), sin embargo todas tienen 3 elementos comunes:
I) Requiere combustible capaz de encenderse y mantener una combustión sostenida, permitiendo que el fuego se disperse (árboles, ramas, matorrales).
II) Que existan condiciones ambientales que promuevan dicha combustión/dispersión (fuertes vientos, altas temperaturas, sequías, etc.)
III) Una fuente de ignición que comienza el proceso.
Un cuarto elemento que no se encuentra siempre en las definiciones, pero también es central, es que puede ser planificado (ej: fuego para cocinar) o no planificado (ej: caída de un rayo), pero en ambos casos avanza fuera de todo control.
‘Generaciones’ de incendios forestales
A lo largo del tiempo, los incendios forestales se han vuelto más complejos, peligrosos y difíciles de combatir. En el ámbito técnico, se habla de diferentes “generaciones” de incendios, que van desde los más simples —propagados por viento en zonas despobladas— hasta los llamados mega-incendios, con múltiples focos simultáneos, alta intensidad, comportamiento errático y afectación directa a zonas urbanas.
Esta clasificación refleja cómo el cambio climático y la acumulación de material combustible han transformado el fenómeno, volviéndolo más impredecible y menos controlable. En los casos más extremos, los incendios alcanzan tal magnitud que generan su propia climatología, lo que imposibilita predecir su comportamiento y representa uno de los desafíos más grandes que deberá enfrentar la nueva generación de bomberos, científicas del fuego y sociedades en general.
Ahora bien, ya sabemos qué definición, características y categorías poseen los incendios forestales. Con este contexto, las dos preguntas que caen por su propio peso desde una perspectiva ambiental son:
- ¿Cómo influye el cambio climático (CC) en los incendios (y viceversa)?
- ¿Cómo impactan los incendios a la biodiversidad?
Este artículo es parte del Informe Anual 2025 sobre Cambio Climático, solicitá el informe completo en el formulario a pie de página.
Causas, consecuencias y retroalimentación de un incendio forestal
Los pronósticos científicos sobre el impacto del factor humano en el calentamiento global han sido tristemente acertados en lo relativo a los eventos climáticos extremos, ya que se han registrado en las últimas décadas sequías récord, tormentas récord, inundaciones récord y por supuesto, incendios récord, no solo en extensión, sino también en frecuencia e intensidad.
Para entender cómo influye el cambio climático en los incendios, pensemos en encender un fósforo: aislado, no representa un gran riesgo. Pero si lo hacemos en un entorno caluroso, seco, ventoso y con combustible cerca, el peligro se multiplica.
El mismo efecto produce el CC sobre los incendios: al estimular eventos climáticos extremos, cambia los patrones de precipitación (produciendo y/o extendiendo sequías), aumenta la duración y el nivel de las olas de calor, que a su vez producen más combustible seco disponible y como si todo esto no fuese suficiente, las alteraciones en los regímenes de vientos aumentan exponencialmente la propagación del fuego.
Es cierto, el CC no produce los fuegos per se, pero los potencia de forma significativa las condiciones que los generan, mantienen y propagan. Y surge la pregunta entonces ¿hasta qué punto estas variables son relevantes? La respuesta se ve no en el incendio en sí, sino en el proceso de extinguirlo: un megaincendio sencillamente no puede ser detenido por medios humanos mientras tenga combustible sobre el que avanzar.
El trabajo en esos casos es de contención y si se produce en la interfaz, de rescatar/proteger personas, animales e infraestructura. Que no haya viento y/o llueva (es decir, factores naturales fuera del control del hombre) son absolutamente esenciales para detenerlo, sin importar con cuántos recursos de combate de fuego se cuente, como quedó demostrado una vez más en los incendios de California de enero 2025 y la imposibilidad de frenar el fuego de una potencia de primer mundo con vastos recursos a disposición.

Dicho todo eso, este proceso tiene un ida y vuelta, ya que así como el cambio climático contribuye a la generación de incendios forestales, estos últimos contribuyen al primero. Lo hacen esencialmente de dos maneras: por una elevada producción de Gases de Efecto Invernadero (debido a la combustión de biomasa) y por la pérdida de la capacidad de esos bosques quemados de “absorber” carbono (lo que se conoce como secuestro de carbono en sumidero).
Pese a que la contribución al CC más inmediata es por la liberación de los GEI a la atmósfera, en el largo plazo hay estimaciones que ubican a la pérdida de captura de carbono teniendo una importancia tres veces mayor en términos de impacto.
Las consecuencias, lamentablemente, no se limitan al cambio climático. Los incendios forestales afectan la calidad del aire a tal punto que la Organización Meteorológica Mundial les dedicó un lugar central en su boletín de septiembre de 2024 sobre calidad del aire y clima.
El informe se enfocó en el impacto negativo del material particulado generado por los incendios en general, y en particular en los ocurridos en América del Norte sobre la producción agrícola, así como en cómo los incendios forestales en Chile durante 2023 generaron concentraciones elevadas de ozono, monóxido de carbono, óxidos de nitrógeno y material particulado fino (PM2,5), considerado por la OMS como una amenaza grave para la salud.
Cómo impantan los incendios forestales en la biodiversidad
Esto ha sido largamente estudiado y gira esencialmente en torno a la muerte de individuos animales y vegetales, la pérdida o empobrecimiento de hábitats incluyendo las vías de alimentación de las distintas poblaciones de diferentes especies, la alteración de las cadenas alimentarias, el empobrecimiento de suelos e incluso el impacto en cuerpos de agua y su biodiversidad intrínseca.
En no pocos casos el impacto del fuego en un área dada resulta en cambios en la composición del ecosistema, situación que logran aprovechar especies exóticas con características mejor adaptadas a dicha situación, favoreciendo su reproducción, algo que difícilmente se pueda retrotraer y generando un impacto también en el mediano y largo plazo.
Es clave entender que cada uno de estos impactos tiene efectos en cascada en los que el incendio termina afectando directa o indirectamente a prácticamente la totalidad de las especies de la zona. Tales fueron las conclusiones sobre los estudios de las últimas dos décadas en el Amazonas, donde se concluyó que los incendios afectaron al 95% de las especies (de las cuales el 85% se encuentran listadas como amenazadas).
Un punto azul pálido
Como todo conflicto, entenderlo es el primer paso para intentar solucionarlo y para entender es necesario tener datos. Lamentablemente en el caso de los incendios no se cuenta con un registro histórico tan preciso y extenso como el de otro tipo de eventos.
Para poder acceder a una base de datos global sobre incendios forestales tuvimos que esperar a 2012, cuando el Sistema Mundial de Información sobre Incendios Forestales (GWIS), creado como un trabajo conjunto de la UE y la NASA, comienza la recolección sistemática de datos de forma satelital que continúa hasta la actualidad. En ese rango de fechas (2012 a 2024), la cantidad de hectáreas totales afectadas por incendios forestales se mantiene estable en alrededor de 400 millones de hectáreas por año.
Por otro lado, el IPCC confirma que el cambio climático está amplificando la frecuencia, intensidad y distribución de los incendios. Entonces; ¿cómo pueden ser ciertos estos dos datos simultáneamente, si la superficie afectada se mantiene más o menos estable con el paso de los años?
La respuesta se encuentra en una característica intrínseca de los incendios forestales, que nuevamente los separa de otros fenómenos naturales: las chances de que un incendio forestal se repita en exactamente una misma área es considerablemente más baja inmediatamente después (años posteriores al evento) debido al mismo motivo por el que vimos antes que las distintas generaciones requerían distinta cantidad de tiempos de acumulación de material combustible: al reducirse dicho material en esa área por un incendio, queda mucho menos para incendios posteriores cercanos en el tiempo.
A su vez las especies leñosas (y sobre todo árboles) son las que más material combustible aportan pero a su vez las que más tiempo necesitan para recuperarse. Por lo tanto es muy importante entender que esas 400 millones de hectáreas anuales que parecen mantenerse más o menos estables en términos nominales, no son exactamente las mismas cada año. Como referencia, esto equivale a que se queme cada año la superficie completa sumada de Argentina, Chile, Uruguay y Paraguay.
Incendios forestales en Argentina
Desde el aspecto logístico, en Argentina, como en el mundo, un control más estricto de las ocurrencias de estos fenómenos se vio ligada al avance de la tecnología satelital.
En nuestro caso, el Sistema de Información de Biodiversidad dependiente de la Administración de Parque Nacionales ha contabilizado 1.962.189 focos de calor de 2015 a 2024 utilizando el sistema FIRMS de la NASA. Estos focos se definen como “anomalías térmicas localizadas a partir de imágenes satelitales que en general se corresponden con incendios”.
Si bien esta tecnología ha revolucionado la manera en la que se encuentra, combate y previene los incendios forestales, todo lo que provee son datos. Qué hacer con esos datos y cómo gestionar los recursos existentes de cara a los nuevos desafíos es la cruz del problema en la actualidad tanto local como globalmente.
En ese contexto, han sucedido varios eventos que han puesto a los incendios en primera plana en el país en el 2025: en Patagonia una sucesión de incendios que acumulados suman unas 50.000 has, y en Corrientes otras 200.000 has, además de otros muchos incendios de menor escala distribuidos por el país. Contrasta con las 300.000 has totales que se quemaron aproximadamente en todo 2024, contra solo los primeros 3 meses del 2025.
Desde la perspectiva política nacional, las declaraciones, el trasfondo y los hechos recientes anuncian un futuro inmediato complejo para el combate de incendios.
Los días del fuego
En diciembre de 2023, el oficialismo comunicó públicamente la intención de derogar la Ley 26.815 de Manejo del Fuego —intención que finalmente no se concretó, ya que dicha modificación no estaba incluida ni en el DNU 70/2023 ni en la Ley Bases. Sin embargo, ese mismo decreto contempla en su artículo 5 que se autoriza al Poder Ejecutivo nacional a modificar, transformar, unificar, disolver o liquidar los fondos fiduciarios públicos.
En 2024, solo se ejecutó el 22% del presupuesto destinado al manejo del fuego. Por otro lado, en diciembre del mismo año, el Servicio Nacional de Manejo del Fuego, el programa más importante a nivel nacional en esta materia, pasó a depender del Ministerio de Seguridad.
El presupuesto nacional de 2025 anunció un incremento del 46% en la inversión para este servicio en diciembre del mismo año sin un motivo claro (según FARN). Si continúa la tendencia a la subejecución, no veremos el impacto de ese aumento en el manejo del fuego.
Una guardia de cenizas
Ese es el nombre que recibe la patrulla que busca detectar rebrotes de fuego en áreas ya quemadas, un estado de alerta que se contagia a cualquiera que viva en áreas aledañas a zonas de incendios o bien en el medio de la interfase misma.
En contraste con incendios de otras zonas del país, el incendio de este año en Bolsón fue uno de los de mayor impacto, no tanto por la superficie, sino porque se desarrolló ampliamente sobre áreas de interfase urbano forestal, al punto que se perdieron 162 casas y el fuego llegó hasta las inmediaciones de Bolsón mismo, que según el censo 2022 cuenta con cerca de 25 mil almas.
Levantarse cada día y ver la columna de humo que avanza acercándose es ciertamente una especie de alarma en la cabeza de todos los que vivimos en las cercanías, que se vuelve constante si consideramos que además de verla, se la huele, en todos lados, todo el tiempo, dándole una omnisciencia que hace difícil seguir con la vida cotidiana.
Es realmente surrealista realizar tareas diarias, como ir a hacer las compras en donde siempre… mientras una columna de humo de decenas de kilómetros se ve de fondo, y avanza constantemente. Es una experiencia ciertamente extraña y angustiante. Algo en el pueblo se pausa, mientras dura el incendio.

