La tecnología como aliado clave para la acción climática

La velocidad de adopción de soluciones relevantes muestra el poder de la tecnología para reconfigurar sistemas enteros en tiempo récord. Esta capacidad exponencial y disruptiva de los avances tecnológicos me hace pensar que el futuro puede sorprendernos positivamente, pero necesitamos construir activamente en esa dirección. Por Sofía Moratorio.

acción climática

Sofía Moratorio

El cambio climático nos trae una urgencia difícil de procesar. Sus impactos, cada vez más devastadores -como olas de calor, incendios, inundaciones o sequías- ya están entre nosotros, pero no terminan de traducirse en acción suficiente. Quizás porque seguimos proyectando el futuro desde la lógica del presente y mirando el problema con los ojos de hoy. 

Ante la incertidumbre, tendemos a proyectar el futuro en línea recta desde el presente. Es un sesgo humano conocido como “sesgo de continuidad”: asumimos que las cosas seguirán desarrollándose como hasta ahora, sin cambios bruscos ni sorpresas. Y sin embargo, esa lógica difícilmente se sostiene. Si analizamos los principales eventos de las últimas décadas, vemos que las grandes transformaciones, tanto las personales como las colectivas, casi nunca siguen una línea previsible.

Lo vimos con la expansión de internet, que en una década conectó a gran parte de la población mundial, y más recientemente con la inteligencia artificial generativa, que en cuestión de meses empezó a integrarse en escuelas, empresas y gobiernos. La velocidad de adopción de soluciones relevantes muestra el poder de la tecnología para reconfigurar sistemas enteros en tiempo récord. Esta capacidad exponencial y disruptiva de los avances tecnológicos me hace pensar que el futuro puede sorprendernos positivamente, pero necesitamos construir activamente en esa dirección.

Con el cambio climático pasa algo parecido. Los escenarios que proyectamos a 2030 o 2050 muchas veces parten del supuesto implícito de que no habrá cambios radicales en las reglas del juego: ni tecnológicos, ni políticos, ni sociales. Pero la historia demuestra lo contrario. Cuando se combinan una necesidad urgente, un incentivo económico y un salto tecnológico, los cambios pueden acelerarse radicalmente.

No se trata de depositar una expectativa inalcanzable en las herramientas digitales o científicas, ni verlas como una solución en sí mismas. Pero tampoco de subestimarlas. La tecnología, bien orientada, puede ser una aliada clave para cerrar brechas, acelerar soluciones y escalar lo que funciona. A modo de ejemplo, exploraremos tres campos de desarrollo con alto potencial de disrupción: inteligencia artificial (IA), blockchain y biotecnología. Si bien operan en dominios distintos, tienden a converger y actuar de forma complementaria, habilitando nuevas formas de optimizar procesos, mejorar la trazabilidad y repensar sistemas productivos con criterios de eficiencia, resiliencia y sostenibilidad.

Inteligencia artificial: mejores decisiones, más rápido

En pocos años, la IA pasó de ser una promesa difusa a una herramienta con impacto en sectores de la economía real. Su capacidad para procesar grandes volúmenes de datos, encontrar patrones y anticipar escenarios permite optimizar recursos, prevenir riesgos y tomar decisiones con mejor información y mayor velocidad.

Dentro del ámbito de la acción climática, la inteligencia artificial ya se aplica en múltiples frentes: desde la predicción de eventos climáticos extremos hasta la gestión inteligente de cultivos, el diseño de redes eléctricas más eficientes, la logística optimizada y el consumo energético en edificios. Se estima que podría contribuir a reducir entre un 5% y 10% de las emisiones globales para 2030. 

Sabemos que la capacidad computacional que requiere la IA demanda una enorme cantidad de recursos. Entrenar modelos consume grandes volúmenes de energía y agua, la mayoría de los centros de datos aún funcionan con fuentes fósiles, y los sesgos presentes en los datos pueden reproducir o amplificar desigualdades existentes. Por eso, en este momento en que la inteligencia artificial todavía está en expansión y sus aplicaciones en distintos sectores se están definiendo, es clave sentar desde el inicio las bases para que evolucione en la dirección correcta: algoritmos más eficientes, energía renovable, principios éticos y marcos regulatorios adecuados.

No se trata de si vamos a usar la IA para enfrentar la crisis climática, eso ya está sucediendo. El desafío está en cómo la integramos de forma responsable y al servicio de los problemas más urgentes. 

Sobre estos temas trabajamos también desde Sustentabilidad Sin Fronteras, donde en diciembre de 2024 presentamos un informe específico sobre inteligencia artificial y cambio climático, que pueden consultar en nuestra web para profundizar en el análisis y las oportunidades de esta tecnología. 

Blockchain: confianza en un mundo incierto

En una economía climática o verde, donde cada inversión, compromiso o incentivo depende de datos confiables, blockchain ofrece algo simple pero poderoso: confianza. No porque alguien lo garantice, sino porque el sistema está diseñado para que los datos no puedan ser alterados.

Esta tecnología permite registrar información en redes descentralizadas, inalterables y accesibles. Cada transacción queda validada por múltiples nodos, lo que reduce los riesgos de manipulación, errores o doble contabilización. Aplicado al cambio climático, esto habilita sistemas de trazabilidad, monitoreo y financiamiento más transparentes.

Algunos ejemplos ya están en marcha. Open Forest Protocol utiliza blockchain para verificar la captura de carbono en proyectos de reforestación. Plataformas como Toucan están diseñando sistemas para mercados de créditos de carbono basados en cadenas públicas. En cadenas de valor agrícolas y extractivas, se está utilizando para certificar el origen sustentable de productos como cacao, madera o minerales críticos.

Otra aplicación potencial es la combinación de blockchain y criptomonedas, que permite crear nuevos tipos de incentivos: tokens que representan acciones positivas para el clima, como capturar carbono, restaurar ecosistemas o cuidar recursos hídricos. Estos tokens pueden intercambiarse, financiar proyectos o premiar buenas prácticas, y podrían convertir el valor que agregan esas acciones a la sociedad en valor económico.

En América Latina, esta tecnología podría fortalecer el seguimiento de políticas climáticas, mejorar el acceso al financiamiento verde, y dar mayor visibilidad a los esfuerzos locales. Como toda herramienta, no es neutra: blockchain también tiene su huella ambiental, especialmente en sus versiones más antiguas, como Bitcoin. Sin embargo, muchas plataformas están migrando hacia sistemas más eficientes, capaces de reducir de forma significativa su consumo energético y su impacto ambiental.

En un contexto donde la necesidad de transparencia es cada vez más necesaria, y donde la inteligencia artificial nos obliga a preguntarnos qué es real y qué no, blockchain puede ser una herramienta para abordar un problema estructural: cómo alinear incentivos, asegurar datos confiables y restaurar la confianza en sistemas fragmentados. Es decir, en sistemas donde múltiples actores operan con información dispersa, sin coordinación ni validación común. 

Además, blockchain permite desplegar sistemas estandarizados con una misma vara a nivel global, independientemente de las diferencias en capacidades estatales, regulaciones o niveles de transparencia. Esto facilita que los acuerdos internacionales no queden en declaraciones, sino que puedan implementarse de forma verificable y resistente a intereses contrapuestos.

En estos escenarios, la transparencia es una condición necesaria pero no suficiente: la confianza compartida también requiere estructuras capaces de resistir presiones geopolíticas, asimetrías de poder e intereses contrapuestos. Y esa capacidad de sostener acuerdos más allá de las declaraciones es fundamental para acompañar la acción climática.

Biotecnología: producir con inspiración en la naturaleza

Si las tecnologías digitales operan sobre la información, la biotecnología opera sobre la materia. Microorganismos, enzimas, algas y hongos (y sus procesos) están siendo utilizados para capturar carbono, regenerar suelos, degradar contaminantes o reemplazar materiales fósiles por alternativas renovables y biodegradables. Al intervenir directamente en los procesos biológicos, permite diseñar soluciones que actúan sobre las causas del problema (como las emisiones o la degradación ambiental) y no solo sobre sus efectos.

Uno de los mayores desafíos que enfrenta la biotecnología es lograr la competitividad en costos en mercados de alto volumen y bajos márgenes. Por ejemplo, la startup francesa Gourmey de carne cultivada comenzó desarrollando foie gras en laboratorio, un producto de lujo con alto margen y bajo volumen, lo que les permitió validar la tecnología y atraer inversión. La carne cultivada, además de evitar el sacrificio animal, tiene el potencial de reducir drásticamente las emisiones de carbono y el uso de tierra. Sin embargo, escalar tecnologías como esta requiere inversiones significativas en investigación y desarrollo. Reducir los costos de producción y alcanzar economías de escala son pasos cruciales para que la biotecnología pueda competir en mercados masivos y contribuir de manera efectiva a la sostenibilidad.

En lugar de extraer y descartar, la biotecnología propone cultivar y regenerar: reducir emisiones, usar menos recursos y crear valor con menos impacto. Se trata de aprovechar siglos de evolución natural para acelerar soluciones urgentes.

Conclusión: construir soluciones en tiempos de disrupción

Yo no tengo dudas de que como humanidad somos excelentes resolviendo problemas: cuando estos problemas ya están entre nosotros. Cuando el dolor es tangible y el negocio es evidente, surgen startups, inversiones y corporaciones compitiendo por no quedarse afuera. Si bien ya evidenciamos las consecuencias del cambio climático, los mayores impactos están proyectados en el futuro, y enfrentarlos ahora implica cuestionar intereses que hoy ya generan beneficios concretos. Y frente a eso, solemos hacer pactos fáusticos: postergar lo importante a cambio de comodidad inmediata.

La inteligencia artificial nos permite anticipar y optimizar. Blockchain puede restaurar la confianza en sistemas fragmentados y alinear incentivos. La biotecnología ofrece una nueva lógica de producción, inspirada en la naturaleza. Tecnologías distintas, pero complementarias, que ya están transformando sectores clave para la acción climática.

Por esa razón, creo que una de las formas más efectivas de enfrentar la crisis climática es generar soluciones creativas que funcionen dentro de las lógicas en las que el mundo funciona hoy. Incluso cuando la competitividad parece imposible, siempre hay espacios que la innovación tecnológica puede abrir. El cambio se acelera aún más cuando hay un marco regulatorio justo: que alinee incentivos al bien común y refleje en los precios el verdadero costo de producir (y sus impactos). Y cuando fortalecemos las intersecciones entre sectores: ciencia, política, empresas y sociedad civil.

Estamos en un momento histórico de enorme disrupción tecnológica. Pero sigue siendo nuestra responsabilidad (la de los humanos) decidir qué tecnologías impulsamos, cómo las aplicamos y hacia qué futuro queremos avanzar.

IA, Blockchain, Biotecnología

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