Mi ecobarrio: El humedal
Una vida próspera y sustentable
– Nasha Cuvelier –

Hoy me desperté y puse la pava para el mate. Es viernes, ¡Me encantan los viernes!. Miré por la ventana y sonreí feliz. Hace poquito que con mi pareja pudimos comprarnos una casita en este ecobarrio. Y desde entonces le sonrío a cada rincón. Siempre soñé con mirar por la ventana y ver el jardín mientras lavo los platos. Acá las casas son pequeñas y los jardines son grandes, conectados formando corredores biológicos. Llenos de plantas nativas visitadas por colibríes y mariposas. No todo es color de rosas, también hay lauchitas y hormigas negras. Me distraigo con el olor de las flores que entran por la ventana pero el chillido de la pava me trae al aquí y ahora.
Me siento frente a la compu. Mi compañero prepara un café y me lo alcanza mientras tengo videollamadas, conoce mis debilidades y antojos. Él también trabaja desde casa. Mi día laboral por suerte se pasa rápido y sin problemas. Y llega el mediodía y la hora de hacer las compras. Salgo con la bici con canasta hacia el mercado llevando mis reciclables porque acá la basura no existe. ¡Al fin! Todo se composta o se recicla. Tampoco se pueden vender productos con envoltorios que no se puedan procesar dentro del barrio.
Observo todas las casas que miran al sol con sus paneles brillando mientras voy por la calle que no se parece en nada a las calles de mi juventud porque es solo para tracción activa. Hay de todo: bicis, mono ruedas, rollers, patinetas. La mayor parte del espacio está cubierto por estructuras que parecen hongos gigantes que dan mediasombra. Me cruzo con un amigo paseando a su hijo en el cochecito y lo saludo. Las calles paralelas sí son para motores pero ahora son eléctricos y super silenciosos. Cuando hay un cruce, los vehículos de tracción activa van por arriba en puentecitos así no hay chances de tener accidentes. Las calles son de los chicos, las pelotas que a veces caen en el jardín del vecino y es también terreno de los chismes que hacen a la humanidad tan humana.
Observo todas las casas que miran al sol con sus paneles brillando mientras voy por la calle que no se parece en nada a las calles del pasado porque es solo para tracción activa. Hay de todo; bicis, mono ruedas, rollers, patinetas. La mayor parte del espacio está cubierto por estructuras que parecen hongos gigantes que dan mediasombra. Me cruzo con un amigo paseando a su hijo en el cochecito y lo saludo. Las calles paralelas sí son para motores pero ahora son eléctricos y super silenciosos. Cuando hay un cruce, los vehículos de tracción activa van por arriba en puentecitos así no hay chances de tener accidentes. Las calles son de los chicos, las pelotas que a veces caen en el jardín del vecino y es también terreno de los chismes que hacen a la humanidad tan humana.
Llego al mercado y recuerdo otra vez que me encantan los viernes. Las tiendas están llenas de productos artesanales y el aire se llena de olores y sabores de la infancia y otros nuevos. Pero los viernes son especiales porque es el día en el que hay cerveza tirada y yo estoy en la fila para llenar mi botellón. Mientras espero voy haciendo la lista de frutas y verduras que necesito. Todo en este lugar está basado en plantas y es libre de crueldad, con precio justo. Más del 90% se produce en los terrenos aledaños. También está la central eólica que provee la energía necesaria para todo el barrio y decora el horizonte. Y en la entrada está la estación de tren al que me subo con la bici cuando voy a la gran ciudad. Me toca el turno de comprar la cerveza, elijo una session IPA. Amo los viernes, ¿ya lo dije? La gente se alegra anticipando el fin de semana ya que la mayoría no trabaja. Voy a otro puesto y me compro un cajumbert y un forte de girasol. Acá todo se paga con ecocryptos. En otro puesto compro un frasco de mermelada de estación y una baguette a la que no puedo evitar sacarle la punta y probarla recién hecha.
De vuelta en casa guardo las compras. Recuerdo que antes las heladeras eran grandes y consumían mucho. Ahora los espacios de guardado tienen sistemas que mantienen baja la temperatura y libre de humedad con mucho menos energía y ruido. Al tener una alimentación basada en plantas y en fermentos, las heladeras tradicionales empezaron a resultar demasiado grandes y a perder sentido. En casa sólo hay una pequeña heladera que tiene una sección de freezer con cubetera para la limonada en días de verano y el fernet cuando vienen amigos.
Me toca hacer otra tanda de videollamadas de trabajo que se pasan lento, muy lento, como todos los viernes por la tarde. Pero no me llego a quejar muchos porque se hacen las 5, termino la jornada y es hora de ir al lago a matear con amigas. Quiero comprarle un budín a mi vecina, que vende uno casero muy rico. Dudo un poco porque no nos llevamos muy bien, pero el sabor de su budín puede más. Toco el timbre y espero. Su perro me ladra desde el jardín del frente. Hemos intentado hacernos amigos pero no hay caso, me ladra como si fuera a robar la casa cada vez que paso. ¿Será porque tengo una gata y siempre huelo a ella?. La vecina asoma su cabeza por la ventana y la saludo, le hago gestos de comer y me llevo las manos a la panza. Me siento ridícula, pero siento que a veces con ella las palabras no alcanzan para que no me mire con desconfianza. Funciona porque me entiende, asiente y desaparece otra vez dentro de la casa. Me hace esperar una eternidad pero vuelve con un budín recién sacado del horno, dorado. Se me hace agua la boca. Me lo entrega en la mano y me agrega un panfleto de un candidato político. Para mi desagrado, es del que lidera las encuestas, el contrincante del que planeo votar. Pero yo también tengo un panfleto y se lo ofrezco. Le prometo leer el suyo si ella considera leer el mío también. Duda, me mira otra vez con desconfianza pero dice que sí. Sonrío, pago y agradezco el budín.
Llego al lago y mis amigas ya montaron un espacio con mantita y cartas de UNO en el pasto. Hay cosas que no cambian. Hoy somos 3, hay un par más que se quedan en clase de yoga en el domo principal del barrio. Ponemos la comida en el centro y con las cartas en la mano empiezan las historias de amor. Una está en una relación abierta y nos cuenta de sus aventuras y miedos. Está también nuestra amiga soltera que no quiere tener una pareja pero igual es la mejor consejera.

El aire se llena de risas y miro hacia las nubecitas rojas y violetas del atardecer. Los pájaros toman agua y la isla de biodiversidad en medio del lago se vuelve más silenciosa. Como si ellos también estuvieran viendo el atardecer antes de dormir y dieran lugar al canto de los grillos. Una brisa cada vez más fresca nos hace emponcharnos, pero la conversación se pone profunda y ninguna quiere cortarla. Una propone seguirla en su casa con birras y hamburguesas y no lo dudamos.
De camino a la casa se hace de noche y nos cruza un búho. Es uno de los que se creían extintos y sonrío; hace poquito salió la noticia porque se vio una nueva pareja en el barrio y sabemos que tuvo crías.
Me siento feliz, por fin hay un lugar en el mundo de paz donde entramos todos.

Nasha Cuello Cuvelier
Lic. en Ciencias Ambientales y Activista Climática. Co-fundadora de Sustentabilidad Sin Fronteras. Actualmente trabaja como directora de ONG, conferencista, mentora de estudiantes, consultora de la ONU, líder de proyecto y recaudadora de fondos. Fue seleccionada en 2022 como una de las “50 Estrellas Emergentes ESG” por el Grupo Global TESCO y en 2024 como una de las 25 mujeres que están dando forma al futuro por Change Now. Impulsora del proyecto “Un Buen Día”.
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