Nuevos modelos agroalimentarios: sostenibilidad, resiliencia y el impacto del cambio climático

El cambio climático está entre nosotros. Ya muchos hemos sentido sus primeras presencias. Todos tenemos algún conocido que la pasó mal con el dengue y otro que sufrió alguna inundación o en el “mejor” de los casos hemos sufrido las olas de calor cada vez más largas o disfrutado de días primaverales en pleno invierno. Pero hay algo que muchas veces pasamos por alto y que también está en juego: nuestra comida. Por Inti Bonomo.

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La especie humana ha tenido una increíble suerte respecto de la estabilidad climática en la que se ha desarrollado y florecido. El desarrollo de nuestras sociedades, de nuestra industria y de nuestra agricultura está diseñado sobre un sistema climático con mucha estabilidad.

Aún con grandes problemas de degradación de suelo y desertificación no hemos tenido aún que cambiar drásticamente las zonas agrícolas por cuestiones climáticas(aunque ya empiezan a verse los primeros cambios y sus consecuencias). El punto es, que uno pueda conseguir uvas todo el año, o ananá en La Patagonia y que los fideos sean un alimento barato, depende de un sistema extremadamente estable que está dejando de serlo.

No es la primera vez en la historia del planeta en que el clima cambia abruptamente. La extinción de los dinosaurios, por ejemplo, dio origen a cambios abruptos en el sistema terrestre. La consecuencia de este fenómeno fue la 5ta extinción masiva de especies que vio la tierra.

El problema es que ahora estamos nosotros viviendo en él y más que un agente extraterrestre e improbable que venga a complicarnos la vida, estamos siendo nosotros los que estamos alterando la casa en la que crecimos y nos desarrollamos.

Cambio climático y agricultura: en busca de nuevos modelos agroalimentarios

En este sentido hay dos principales ejes en los que dividir los problemas. Los problemas de largo plazo y los problemas de corto plazo (Vermeulen et al.2012) y si bien los dos tienen el mismo origen, el cambio climático, van a tener distintas características y distintos abordajes para adaptarse a ellos.

Los cambios de largo plazo hacen referencia a cambios en los patrones o cantidades de precipitación, temperatura o vientos de manera sostenida en el tiempo, de alguna manera, se pueden ver como cambios en de un sistema estable a otro semi-estable (una vez frene el cambio climático).

Vamos a un ejemplo, en la región ficticia “academia de mi corazón” llovìan 800 milímetros por año distribuidos de tal o cual manera lo que permitía el cultivo de “10 quintales de Militos por hectárea” (el milito es un cereal ficticio pero que podría ser uno real) ahora es zona, producto del cambio climático, recibe 600 milímetros por año lo cual permite solo la producción de “5 Militos por hectárea” haciendo la producción inviable económicamente en la que los costos superan las ganancias. 

De manera particular, ocurrirá que muchos productores se fundirán, puestos de trabajo se perderán disminuyendo la prosperidad de esa región y país, pero socialmente lo que ocurrirá es que en esta situación hipotética, pero con muchos ejemplos reales ya sucediendo alrededor del mundo, nos vamos a encontrar con que la “sociedad” va a perder una parte importante del alimento que ahora tendrá que sacar de otro lugar o dejar de consumir.

Los cambios de corto plazo en cambio, tienen que ver principalmente con cambios en la manifestación de eventos extremos, aquí las tendencias regionales pueden o no cambiar, pero a lo que hace referencia es que puede venir una tormenta extremadamente fuerte, en la que llueva lo que llueve todo el año en apenas unas horas o días, inundar todo y perder la cosecha de ese año.

Estas tienen características que hacen un poco más difícil la planificación de soluciones pero que de ningún modo son imposibles de realizar.

Soluciones y transiciones hacia nuevos modelos agroalimentarios

Esto me lleva a en sentido amplio delinear algunas cuestiones vinculadas cómo abordar estas problemáticas y acá aparece un término fundamental para mirar las soluciones con un lente macro, que son las soluciones basadas en naturaleza.

Hay diversas formas de llamarles y diversas ramificaciones o interpretaciones, pero creo, desde mi humilde opinión que todas comparten una raíz común en la que intentan imitar y complejizar ciertas dinámicas ecosistémicas imitando lo más posible la naturaleza.

Una de las iniciativas destacadas es la línea de trabajo que mantiene el INTA Barrow (Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria) con agroecología, donde han demostrado que es posible reducir costos, aumentar la rentabilidad y disminuir el  impacto ambiental mediante el uso de una menor cantidad de agroquímicos y un diseño más complejo de los sistemas de cultivo.

Este tipo de diseños permiten aumentar la complejidad ecosistémica, lo que se traduce en un aumento de la resiliencia del sistema frente a los eventos extremos mencionados anteriormente. Al mismo tiempo, reducen los insumos energéticos necesarios (pesticidas, herbicidas, etc.), disminuyen la huella de carbono del sistema y mejoran indicadores clave como como materia orgánica en el suelo, entre otros.

¿Y si es tan bueno porque no lo hacen todos?

El problema de estos desafíos es que son complejos y es cambiar una receta que conocemos y que sabemos que funciona (aún con sus perjuicios) por otra nueva, con riesgos e incertidumbres. Ahí es donde el estado o mecanismos de compensación tienen un rol fundamental para asumir riesgos y poder realizar proyectos piloto y bandera o complementarlos de manera que justifiquen la inversión y disminuyan el riesgo que luego deberán asumir los privados.

Otro aspecto interesante para mencionar en esta dimensión es que creo, para mi, que se debería empezar a “invertir la carga de la prueba”.

Hoy en día, quien quiere producir distinto en cualquiera de sus variantes (Orgánico, cultivo de servicios, agroecología, permacultura, bonos de carbono, etc) tiene no solo un desafío técnico sino además un desafío burocrático y/o de marketing: certificaciones, sellos, procedimientos, líneas de base… todo un recorrido adicional. En cambio, el que produce de manera tradicional tiene una carga considerablemente menor al respecto.

Por dónde empezamos

Quizás una buena manera de persuadir a que las cosas se hagan mejor podría ser pedirle balances de carbono y modelos al que planea hacer una producción tradicional en lugar de al que quiere hacer mejor las cosas. Y esto incluso tiene una justificación económica dado que quien brinda servicios ecosistémicos desde su producción agrícola está brindando externalidades económicas positivas a la sociedad y el problema es que a cambio de eso, hoy o no recibe la compensación adecuada o requiere de una sofisticación técnica difícil de abordar, aunque posible, claro.

Otra cuestión no menor es el espíritu con el que encaramos esto como sociedad. Yo me formé en la facultad de agronomía de la UBA, con agrónomos, cené con ellos, juego al fútbol con ellos y si bien tenemos diferencias técnicas y filosóficas, no los podemos ver como enemigos o gente que quiere hacer el mal.

Debemos empezar a verlos como lo que son, personas, profesionales que intentan hacer las cosas lo mejor posible dentro de las reglas del juego. De la misma manera, desde el sector productivo, tiene que dejar de vernos a los ambientólogos como hippies que queremos volver a la época de las cavernas y hacer todo como se hacía hace 200 años, porque también somos profesionales que hacemos las las cosas lo mejor que podemos y creo, tenemos mucho para aportar en la mesa productiva para mejorar las cosas y ayudar a pensar soluciones.

El cambio climático es quizás el desafío más complejo que debe afrontar la humanidad a nivel global hasta hoy. Esto requiere trabajar juntos y escucharnos, bajo la premisa de que lo que venimos haciendo no alcanza y que tenemos que pensar nuevas formas de producir y consumir.

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