El mundo es un caos. Los eventos climáticos extremos son cada vez más frecuentes, y las señales sobre la transición energética y ambiental resultan altamente confusas. Para un país como Argentina, que adopta reglas del contexto internacional en lugar de definirlas, esto representa un desafío enorme. Para un Gobierno nacional sin un marco teórico sólido ni una visión clara sobre la agenda climática, el reto es aún mayor, ya que su orientación ambiental depende exclusivamente de sus alianzas políticas y sus vaivenes, dejando a un país que ya es vulnerable, totalmente a la deriva. Por Elizabeth Mohle.

Update sobre la agenda climática global
Empecemos por China. Desde principios de los 2000, su crecimiento económico acelerado posicionó al gigante asiático en el centro del debate climático global. Hoy, es responsable del 30% de las emisiones totales de CO₂, consolidándose como el mayor emisor del mundo. Si bien, en términos históricos, Estados Unidos sigue siendo el mayor responsable por las emisiones acumuladas, China se va acercando rápidamente.
Las dos explicaciones a esta relevancia china son: su tamaño y la composición de su matriz energética: en 2023, 54% de su consumo energético aún provenía del carbón, el combustible fósil más contaminante. Aun así, China no es solo el mayor emisor: también es el líder en inversiones en energía renovable.
En 2023, China instaló tanta energía solar como la que había instalado el mundo entero en 2022. Según las proyecciones de la Agencia Internacional de Energía, China representa casi el 60% de la nueva capacidad renovable que se espera que entre en operación a nivel global para 2028.
De esta manera, el papel de China es clave para lograr el objetivo global de triplicar las energías renovables, ya que se espera que instale más de la mitad de la nueva capacidad requerida a nivel mundial para 2030. Además, China se posicionó como líder en la producción de tecnologías de energía limpia: posee al menos el 60% de la capacidad de fabricación mundial para la mayoría de las tecnologías de producción masiva, como la energía solar fotovoltaica, los sistemas eólicos y baterías, y controla el 40% de la fabricación de electrolizadores para la producción de hidrógeno (Aneise y Mohle, 2024).
Por último, en un contexto donde Estados Unidos empieza a reducir su el empuje y financiamiento climático internacional, China busca ocupar ese rol.
Este artículo es parte del Informe Anual 2025 sobre Cambio Climático, solicitá el informe completo en el formulario a pie de página.
Qué pasa en Estados Unidos
Estados Unidos se alterna entre el liderazgo y el retroceso en su responsabilidad climática según los cambios en su administración. Nunca ratificó el Protocolo de Kioto, pero durante la presidencia de Brack Obama asumió un papel clave en la adopción del Acuerdo de París (2015) y buscando liderar los compromisos de reducción de emisiones.
Con la presidencia de Trump, el país se retiró del acuerdo, desmanteló regulaciones ambientales y promovió los combustibles fósiles. Sin embargo, al llegar Biden en 2021, Estados Unidos regresó al Acuerdo y adoptó el Inflation Reduction Act (IRA), la mayor inversión en energía limpia de su historia, buscando además competir con China en tecnologías limpias. Con la vuelta de Trump al gobierno en 2025 y su petardeo a la agenda ambiental doméstica e internacional así como el retiro de muchos tipos de financiamiento, generan que este penduleo estadounidense se vuelva cada vez más intenso.
Europa se encuentra en medio de la creciente tensión entre Estados Unidos y China, buscando definir su papel en este contexto de creciente competencia geopolítica, intentando sostener la agenda de transición a la sostenibilidad mientras busca asegurar el abastecimiento energético y reforzar la inversión en defensa en un contexto de posible debilitamiento de la OTAN por parte de Estados Unidos.
En este contexto, los países latinoamericanos buscan definir su narrativa y su posicionamiento en el proceso global de transición climática. La región es especialmente vulnerable debido a su dependencia del sector agropecuario, que requiere un clima estable para prosperar y continúa siempre en la búsqueda de escapar de la dependencia exclusiva de los recursos naturales que sigue siendo el lugar automático asignado por el mundo en el contexto de transición.
Además, enfrenta una alta vulnerabilidad en sus poblaciones, con recursos limitados en los Estados para enfrentar tanto los impactos del cambio climático como las demandas de la transición hacia modelos más sostenibles.
Aunque se los niegue, el cambio climático y la transición suceden
Argentina enfrenta los mismos desafíos que los demás países latinoamericanos y de todos los caminos posibles a explorar, el gobierno argentino eligió el de negar el cambio climático, tal vez no por no creer en la ciencia, sino simplemente por considerar que el mercado no pueda tener fallas y que el estado debe intervenir lo mínimo posible en el devenir de la Nación.
Sin embargo, el cambio climático no depende de creencias, y fenómenos como las olas de calor, los cortes de luz y las inundaciones en Bahía Blanca ocurren de todos modos, dando razón a la ciencia y resaltando la necesidad urgente de un estado presente que prevenga, alerte a la ciudadanía, planifique la gestión energética, reconstruya con una visión de resiliencia y siga impulsando la agenda global de mitigación. Recién estamos arañando los 1,5°C de calentamiento y los impactos ya son difíciles de gestionar.
El gobierno argentino, en vez de abordar la problemática, opta por medidas que alejan al país de una respuesta efectiva: se retira de los espacios internacionales relevantes, abandonando la oportunidad de tener una voz en las discusiones globales y promover el rol y la visión del Sur Global, América Latina y del país en estos escenarios.
En segundo termino, el gobierno también decidió reducir al mínimo toda intervención estatal. Desde el desarrollo de obra pública e infraestructura que podría permitir la expansión de la red eléctrica y la adaptación a los efectos del cambio climático, pasando por la reducción de las capacidades del estado en las diversas cuestiones ambientales -por ejemplo el monitoreo metoreológico-, la negociación climática internacional y la planificación del desarrollo sostenible en general.
Negacionismo y la obstrucción de la agenda climática
La primera muestra de ello fue la degradación del ministerio de ambiente a subsecretaría, luego las muestras de desprecio hacia la agenda en diversas instancias e incluso la prohibición de los términos más importantes en algunas dependencias estatales.
Así, el gobierno argentino opta por imitar el negacionismo y la obstrucción de la agenda climática que lleva adelante Donald Trump. Sin embargo, a diferencia de Estados Unidos, Argentina carece de los recursos económicos, la influencia diplomática y la capacidad de incidir en la conversación global sobre cambio climático.
Mientras que la potencia norteamericana puede sostener su postura sin grandes consecuencias debido a su peso en la economía y la geopolítica mundial, el aislamiento y la falta de estrategia climática en Argentina solo agravan su vulnerabilidad y comprometen su desarrollo en un mundo que avanza, con o sin nosotros, hacia la transición.
Argentina necesita un plan y actores que lo sostengan
En un contexto global cada vez más caótico, Argentina necesita una dirección clara, flexible y adaptable a las incertidumbres, pero con un horizonte definido. Sin un rumbo preciso, una transición exitosa es imposible. Si bien el gobierno nacional tiene un rol clave, su estrategia de obstrucción y desinterés no puede frenar la agenda climática. Otros actores deben—debemos—seguir impulsándola, porque el tiempo apremia y las oportunidades para actuar se reducen.
Para ordenar las acciones, cualquier estrategia debe apoyarse en cuatro ejes fundamentales. Primero, sostener la acción climática sobre los compromisos internacionales. Argentina siempre fue un actor activo en negociaciones globales y mantener esa trayectoria es clave para acceder a financiamiento y fortalecer su inserción internacional.
Segundo, jerarquizar la adaptación. La vulnerabilidad social y económica del país exige que la adaptación climática sea transversal a la planificación urbana, el ordenamiento territorial y el desarrollo agrícola. Asignar financiamiento específico y fortalecer el rol de provincias y municipios permitirá implementar soluciones ajustadas a cada realidad local.
Tercero, acelerar la descarbonización con una estrategia clara. Aunque hubo avances en energías renovables, falta un plan integral y sostenido. Es urgente definir el aporte de cada sector, establecer lineamientos sobre hidrocarburos y acelerar la transición energética para cumplir los compromisos de reducción de emisiones.
Por último, aprovechar las oportunidades de la transición verde. La reconfiguración de la economía global abre espacios para que Argentina diversifique su matriz productiva, desde la exportación de GNL y minerales críticos hasta la inserción en cadenas de mayor valor agregado.
El contexto puede ser de desesperación para cualquiera a quien importe esta agenda, pero es importante saber que aunque el gobierno niegue y boicotee la acción climática sigue siendo urgente, es indisociable de la reducción de las vulnerabilidades económicas y sociales de nuestro país y necesita de todos los esfuerzos posibles avanzar hacia la transición.
