Raíces en el futuro

Una isla que sobrevivió a la subida de las mareas. Naturaleza y justicia.

– Milagros De Camps –

Raíces en el futuro de Milagros Campos

Cuando el mar comenzó a reclamar su espacio, en esta isla la gente no construyó muros de concreto, ni abandonó su hogar. En cambio, cavó la tierra con sus manos, arraigados, aferrándose. Las personas plantaron raíces a la tierra y al futuro. 

El abuelo me contaba que los árboles sabían cosas que habíamos olvidado. Mientras el resto del mundo los veía como simples plantas, nosotros los veíamos como guardianes. Aprendimos a oír su murmullo cuando el viento susurraba entre sus hojas, a saborear la sal de su agua y a no ahogarnos.

Al principio nos decían que estábamos locos. Nos decían que un bosque de raíces enredadas no podría detener el poder del mar, que debíamos talar el verde y construir en gris para defendernos de él. Pero cuando las olas chocaron con rabia y las mareas engulleron las costas de los países vecinos, aquí, los manglares se alzaron como un escudo. Sus raíces ataron el suelo, sus ramas bloquearon el viento, y entre sus sombras, la vida encontró refugio. 

Sigo viviendo de frente al mar. Me despierto con el viento en las hojas de los árboles y el sonido del agua moviéndose entre sus raíces. El sol apenas está saliendo sobre el horizonte, y la brisa salada entra por la ventana de mi casa, que está elevada sobre pilotes. Desde aquí veo a las aves marinas preparándose para su día y los pequeños botes navegando por los canales naturales. Es un buen día. 

Nuestra isla es vasta y entonces claro, está llena de contrastes. Desde los bosques nublados de nuestra Madre de las Aguas, pasando por las montañas doradas del desierto costero de Baní, que parecen efímeras y eternas a la vez, hasta las extensas playas blancas en Jaragua. Entre estos paisajes emergen ciudades sostenibles que conviven en armonía con la naturaleza. La gente sigue disfrutando del turismo, pero de una forma distinta ahora.: los hoteles ya no erosionan las costas. Ya no se permiten actividades invasivas. Los visitantes ya no vienen solo a nuestras playas, ahora recorren los senderos de nuestras montañas, navegan entre los manglares, exploran los valles fértiles y se sumergen en los arrecifes que renacen. Han aprendido que esta isla es mucho más que sol y playa, es un mosaico de vida, un continente en miniatura. Ahora se sienten atraídos por la promesa de ecosistemas restaurados, la posibilidad de explorar manglares en canoas de madera y aprender de la biodiversidad que protegemos. 

No siempre fue así. Durante décadas, luchamos por drenar y drenar y drenar la isla antes de que el mar comenzara a devolvernos. Hasta que la comunidad eligió reconstruir lo que habíamos perdido. En lugar de apilar más muros y diques, plantamos raíces en el agua y en nuestra historia. Hoy, los manglares y corales que una vez arrasamos ahora nos protegen, nos alimentan, nos enseñan.

Bajo de mi casa y camino por los senderos de madera que conectan con los diferentes barrios de Samaná. Hay comunidades costeras que dependen de la pesca sostenible y el ecoturismo, y también hay pueblos al interior donde la agricultura regenerativa ha devuelto la fertilidad a sus suelos. Bajo la sombra de los árboles, el aire se siente fresco. 

El día comienza con actividad alrededor de mí, algunos recogen su cosecha en los huertos familiares, otros preparan redes para la pesca, y un grupo de jóvenes sale a bucear para continuar con la restauración de los corales. Los niños juegan entre las raíces de los manglares, persiguiendo cangrejos y aprendiendo a leer las mareas. 

Me reúno con mi grupo de trabajo en el centro comunitario. Hoy nos toca monitorear la calidad del agua, asegurarnos de que los arrecifes estén saludables. Todo aquí es parte de un equilibrio. Aprendimos a no tomar más de lo que necesitamos y siempre a devolver algo a la naturaleza. La energía que usamos, del sol, el viento y el agua, incluso la comida que comemos, del mar y la tierra que hemos llegado a conocer y cuidar. Y no hay desperdicio, no hay prisas, solo un ritmo que sigue el ciclo del agua y del viento. 

Llega el mediodía y nos reunimos en el mercado local: un lugar colorido donde los pescadores traen la pesca del día, los agricultores venden sus productos, cultivados sin químicos, y los artesanos exhiben sus creaciones hechas con materiales naturales, contando nuestra historia. Sí, el comercio todavía existe aquí, pero es justo y local. Todos nos conocemos, sabemos quién cultiva los plátanos, quién cosecha el cacao, quién recolecta la miel de las colmenas. Comer aquí es conectar con la tierra y el mar. 

Por la tarde, visito a una de las cooperativas de mujeres que se especializa en hacer textiles naturales. Aquí en la isla, hemos aprendido a apreciar lo hecho a mano, lo duradero, lo que no deja una huella en la naturaleza. Los turistas que vienen aquí buscan llevarse un pedazo de este estilo de vida, no en forma de souvenirs plásticos, sino de experiencias y alegría. 

Antes de que caiga el sol, me siento con los ancianos a escucharlos contar historias. Nos recuerdan cómo la isla estuvo al borde del colapso y cómo la comunidad se unió para salvarla. Cuentan de una época en la que la gente creía que el desarrollo consistía en construir sobre la naturaleza, en lugar de hacerlo junto a ella. Ahora entendemos que somos parte de un ecosistema interconectado, no sus dueños.

Raíces en el futuro de Milagros Campos

Este es el momento que el sol comienza a ponerse, tiñendo lentamente el cielo de naranja y rosa. Desde la costa, veo a las ballenas saltar, y los peces nadar entre las raíces de los manglares, y los cangrejos esconderse en el lodo. En la playa, los jóvenes tocan tambores al ritmo de merengue mientras otros bailan en la arena. La música se mezcla con el murmullo del mar. Es una vista de la que nunca me canso. 

Es un buen día, como lo son todos desde que aprendimos a vivir de frente al mar. Desde que nos dimos cuenta de que el futuro no es algo que se espera, es algo que se siembra, se cultiva y se protege, día a día. 

Milagros De Camps

Incansable optimista. Dominicana, abogada, especialista en
cambio climático, energía y sostenibilidad, cree en la acción
climática y la transición justa como el camino hacia un futuro
más resiliente. Como Chief Sustainability Officer en
InterEnergy Group, lidera estrategias de ESG y
descarbonización en América Latina y el Caribe. Fue
Viceministra de Cambio Climático y Sostenibilidad en
República Dominicana, donde impulsó políticas para la
resiliencia climática. Con formación en Yale y Boston
University, presidió la junta directiva del Green Climate Fund
y trabajó en GGGI ayudando a países a acceder a
financiamiento climático.

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